viernes, 8 de julio de 2016

Practicar la bondad: un modo maravilloso de cuidar tu cerebro


Aunque a veces cueste creerlo, estamos “programados” para ser bondadosos.

Y no solo eso, sino que la bondad es buena para nuestra salud y, además, es contagiosa

Practicar la bondad en nuestro día a día no solo es un modo de crear escenarios más respetuosos y sensibles. Todo acto cargado de reciprocidad y orientado en exclusiva a hacer el bien revierte en nuestra salud mental.

Ahora bien, sabemos que más de uno pensará aquello de que “sembrar” el bien no siempre nos ayuda a “cosechar” respeto.

No obstante, y aunque sobre nuestra espalda pese más de una traición y en nuestros corazones unas cuantas decepciones, hay un aspecto que está claro: se vive mucho mejor si mantenemos esa sintonía entre lo que sentimos y lo que hacemos.

Además de ello, y por mucho que nos sorprenda, nuestro cerebro está programado genéticamente para hacer el bien. Lo que ocurre es que en el día a día tienen más peso otras tendencias biológicas, como pueden ser la envidia o el rencor.

Te invitamos a profundizar en este tema tan interesante.

Nuestro cerebro entiende que la bondad es importante


Jerome Kagan es un conocido profesor de la Universidad de Harvard especialista en la llamada “psicología de la bondad”.
Según él, la humanidad está genéticamente programada para hacer el bien. Todos nosotros, por decirlo de algún modo, llegamos al mundo con un “programa” instalado para practicar la bondad.
Sin embargo, y nos lo demuestra la experiencia a lo largo de nuestra historia, esto no siempre se cumple. ¿Por qué ocurre esto entonces?

Si nuestro cerebro entiende que actuar con compasión y respeto es necesario… ¿Por qué hay quien no llega a entenderlo y hace todo lo contrario? Te lo explicamos a continuación.

La bondad nos permite sobrevivir como especie

Charles Darwin enunció en su momento la misma tesis que el profesor Jerome Kagan. El cerebro del ser humano está programado para practicar la bondad porque con ello se garantiza la supervivencia de las especies.
Además, los actos bondadosos nos permiten entender que las personas tenemos muchas más opciones de sobrevivir si contamos con un grupo de apoyo que estando en soledad.

Las personas somos empáticas porque con ello conseguimos identificar necesidades y, de este modo, poder facilitar ayuda y garantizar así la supervivencia del grupo.


¿Por qué los actos bondadosos no abundan tanto como deberían?

Resulta curioso saber que a pesar de que genéticamente estemos programados para hacer el bien, nuestro comportamiento hasta el día de hoy no ha hecho más que poner en riesgo el equilibrio de nuestro planeta.

Guerras, contaminación ambiental, desigualdades sociales, ataques a los derechos humanos… ¿Por qué actuamos de este modo?

David Keltner es profesor de la Universidad de Berkeley (Estados Unidos) y director del Centro para la Investigación de la Bondad.

Según explica, la forma en que están construidas nuestras sociedades nos inclina más al individualismo que a la conciencia de grupo.

Cuando empezamos a pensar en términos de intereses propios, nuestra balanza biológica se inclina entonces por la envidia, la rabia, la violencia y la competición. Nunca hacia la bondad.

La bondad y el deseo de propiciar el bien no son útiles si lo que yo deseo es alzarme con más riquezas y más reconocimiento social.

Resulta sin duda algo desesperanzador.

Practicar la bondad cuida de nuestro cerebro

Dimensiones psicológicas como el rencor, la envidia o el estrés de la competición continua afectan a nuestra salud física y emocional.

Todos, en algún momento, nos hemos dejado llevar por estas derivas personales.

Poco a poco hemos tomado conciencia de que actuar o sentir de este modo no es lo adecuado, porque nos aleja de nuestras esencias, de nuestras raíces.

Podríamos decir que nuestro cerebro sabe muy bien que esas tendencias biológicas hacia los actos negativos nos impiden conectar con los demás y nos conducen a una desesperante soledad tan poco agradable.



  • Practicar la bondad revierte de forma positiva en nuestro equilibrio interior, nos aporta paz y bienestar.
  • No importa que los demás no sean conscientes de esos pequeños actos de bondad que cultivamos cada día.
  • Nosotros sí lo sabemos y eso nos basta porque nos permite estar en armonía, sabiendo lo que está bien, y esa sintonía interior nos ofrece una música que nos gusta, que nos complace.
  • La bondad y la compasión encienden estructuras cerebrales tan poderosas como el sistema límbico.
  • Una persona compasiva es más intuitiva, más receptiva y más consciente de todo lo que le envuelve.

Aunque en nuestros contextos no veamos acciones cargadas de respeto y de bondad auténtica, ello no debe hacernos claudicar y aún menos imitar esa misma dejadez general.

Lo creas o no, la bondad es contagiosa. No olvides pues ser el mejor ejemplo para tus hijos, el mejor modelo para amigos y familiares.

Porque pequeños actos hacen un mucho, y si todo el mundo encendiera los motores de la bondad cotidiana, veríamos excelentes resultados a largo plazo.

Fuente: http://mejorconsalud.com/practicar-la-bondad-cerebro/