jueves, 18 de enero de 2018

Dígame su nombre y le diré cómo le va a ir en la vida


nombres personalidad
Cómo nos llamamos configura nuestra personalidad y condiciona cómo nos ve el resto

Que suene bien, que nos traiga recuerdos de un viaje, que coincida con la onomástica del día, que rinda homenaje a un antepasado... Muchos son los factores que se tienen o se han tenido en cuenta históricamente a la hora de elegir un nombre para un hijo, una decisión a la que damos mil vueltas: el apelativo le acompañará toda la vida. Más aún, puede que incluso contribuya a configurar su forma de ser.

La personalidad de una niña que nazca hoy, aseguran los psicólogos, se forjará de forma distinta dependiendo de si se llama Lucía (el más común en esta década, según el INE), Nicolasa (con un aire pasado de moda) o Shakira (exótico, fuera del santoral e infrecuente: solo 57 registros desde 2010). Lo mismo que si a un niño le ponemos Daniel, Salustiano o Dylan. Como mínimo, todos somos un poco conscientes de que la percepción que susciten, o al menos la primera impresión, cambiará.

El asunto inspiró incluso una película, la comedia francesa El nombre (2012): durante una cena, uno de los invitados anuncia a sus familiares y amigos que el bebé que espera se llamará Adolphe. Los comensales desaprueban enérgicamente que vaya a llevar el nombre de Hitler. “Mira —grita su cuñado, agitando la ecografía—, ¡ya levanta el brazo, hace el saludo nazi!”. A lo que el futuro padre responde: “No creerás que Adolphe se convertirá en Adolf porque se llame Adolphe…”.

Los 1.776 niños nacidos en esta década inscritos como Kevin tampoco se convertirán automáticamente en actores de éxito. Pero el nombre será uno de los muchos factores que ayuden a moldear su carácter. “Claro que puede afectar a la personalidad”, dice el psicólogo Sergio García Soriano, portavoz del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. “Los nombres son la piel de las cosas. Es con lo primero que nos encontramos. En la relación social, el nombre envuelve a quien lo posee, y dependiendo del tipo de nombre que tenga va a generar una serie de expectativas y albergar determinadas connotaciones que van a definir parte de lo que los demás esperan de esa persona”. Junto con nuestra apariencia física y nuestros modales, el nombre es nuestra tarjeta de visita. “Si la apariencia es el escaparate, el nombre podría ser el precio del producto, que te está dirigiendo hacia un lugar u otro”, añade este experto.
Unos sugieren éxito académico y otros, delincuencia

Según diferentes estudios, los nombres sencillos influyen más positivamente en la personalidad. Allá por 1954, y tras comparar los perfiles psicológicos de 104 chicos con nombres convencionales y otros 104 con nombres peculiares, los psicólogos Albert Ellis y Robert M. Beechley concluyeron que en estos últimos había una “significativa mayor tendencia” a padecer una “severa perturbación emocional” que en aquellos con nombres corrientes.

Seis años antes, en 1948, dos investigadores de la Universidad de Harvard (EE UU) hallaron que los varones con nombres inusuales o excéntricos eran más propensos a mostrar rasgos neuróticos que aquellos con nombres comunes. Ese mismo año, los psicólogos Houston y Sumner, de la Universidad de Howard (EE UU), llegaron a la misma conclusión en su análisis con mujeres. En 1977, la psicóloga Susan D. Nelson encontró que existen estereotipos en cuanto a nombres que sugieren éxito académico o todo lo contrario. Dichos estereotipos son conocidos por los portadores de los nombres, lo que de algún modo podría condicionarles para cumplir lo que se espera de ellos, había sugerido en 1976 su colega S. Gray Garwood.

Estudios más recientes, publicados entre 2008 y 2011, también dicen “sí” a los nombres comunes y ponen pegas a los raros. Los individuos que tienen nombres familiares y fáciles de pronunciar causan mejor impresión, alcanzan puestos más altos en las empresas (esos Bill Gates, Steve Jobs…) y son contratados antes, aseguran tres investigaciones. Otra advierte de que los nombres excéntricos están asociados con la delincuencia juvenil.

“Con el nombre, a un niño puedes darle protagonismo o exclusión. Un nombre complicado genera poca integración”, justifica el psicólogo García Soriano, que explica así la mejor aceptación de los nombres comunes. “Permiten que uno no se tropiece con ellos, que los pueda pronunciar fácilmente. Por ejemplo, una abuela llamará más a menudo a un nieto con un nombre sencillo que a uno con un nombre que le cueste pronunciar, lo que hará que el primero tenga con ella un vínculo afectivo mayor". Lo mismo sucede en cualquier otro ámbito: cada vez que me trabo a la hora de pronunciar un nombre complicado se genera un conflicto, y, sin darme cuenta, lo relegaré”. 

Las mujeres con nombres más masculinos son más exitosas


Para José Elías Fernández, director del gabinete psicológico Centro Joselías, un nombre complicado “puede propiciar una personalidad conflictiva. El niño va a estar siempre nervioso, intentando aclarar su nombre, y le va a generar continuamente conflictos”. En cambio, los nombres sencillos “te generan familiaridad. Si vas a contratar a alguien y se llama José, te resulta conocido y familiar y te da confianza; un nombre extraño, menos oído, te provoca cierta desconfianza a priori. Todos tenemos unos parámetros mentales según los cuales cuando algo se asemeja a lo que nos parece conocido, nos permite funcionar mejor; cuando algo nos parece diferente, nos ponemos en guardia”.

Los prejuicios que persisten en la sociedad, causantes de desigualdades, también repercuten en la impresión que causan los nombres. Eso podría explicar las conclusiones de varios estudios, que afirman que los niños varones con nombres que suenan femeninos tienen problemas de integración y sacan peores notas en el colegio, las niñas con nombres de sonoridad masculina (Leslie, Jan o Cameron) tienen una carrera más exitosa en el ámbito laboral y las personas con nombres que sugieren que sus portadores son de raza blanca tienen más probabilidades de ser contratadas.

Sobre la concordancia de nombre y sexo, el psicólogo Sergio García Soriano piensa que “tiene sentido, ya que en el desarrollo infantil estamos permanentemente reforzando que somos niños o niñas, y eso genera un conflicto y cierta reticencia a su alrededor”. Por otra parte, nos recuerda que “a lo largo de la historia, muchas escritoras tuvieron que ponerse seudónimos masculinos para poder publicar. Eso ayudaba a que su trabajo tuviese una difusión mayor”. 

Los nombres resonantes aportan energía

Si un nombre complicado puede determinar una personalidad complicada, ¿un nombre resonante (Ramón, Iván, Valeria) derivará en un carácter fuerte? “Se podría dar”, opina García Soriano. “La etimología de nuestro nombre nos impregna de ciertas características. El sonido presta alguna característica a la personalidad de quien lo tiene”. José Elías Fernández es de la misma opinión: 
 
“La sonoridad del nombre, su rotundidad, conlleva una vibración que aporta una energía que acompaña toda la vida”.

Los personajes populares han sido siempre fuente de inspiración para padres mitómanos o indecisos: en los 70, Noelia pasó de estar en el puesto 2.238 del ranking de nombres a entrar en el top 50, sin duda gracias a la canción de Nino Bravo de 1972; la irrupción de Shakira en la presente década y mucho más rotundamente la de Iker —nada menos que en el puesto 16 esta década— obedece claramente a la admiración de los progenitores por estrellas de la música o el deporte. José Elías Fernández alerta de las posibles consecuencias: “Si tu padre te pone Rafael por Nadal y no sabes ni coger una raqueta, eso puede provocar que te sientas fracasado, porque no consigues estar a la altura de lo que esperaba tu padre”. 

Los anticuados pueden marcar la adolescencia

Frente a los nombres convencionales y los inusuales están aquellos que un día fueron corrientes pero ya no lo son. Nos referimos a aquellos que traen reminiscencias de tiempos pretéritos (como Santiaga o Fructuoso). Este tipo de nombres, dicen los expertos, en el mundo moderno, pueden acentuar la timidez de la persona. Automáticamente ponen el foco en su portador, aunque él o ella no lo deseen. En la adolescencia, cuando los chicos y chicas presumen de estar a la última —en música, en tecnología...—, un nombre de estas características les deja fuera de onda, aunque solo sea en un primer momento.

“Va a generar una suerte de prejuicios a su alrededor”, indica García Soriano. “El oyente le atribuye connotaciones que no le corresponden”. Si el niño lleva mal ese nombre antiguo, y es muy sensible, “es la gota que colma el vaso. Llama la atención frente a los demás, tiñe las relaciones personales de burla y eso es negativo si la persona que porta el nombre no tiene las habilidades personales para revertir eso. Va a generar que tenga que relacionarse negativamente con su nombre”, añade este psicólogo.

Estos nombres anclados al pasado pueden tener su origen en el deseo de recordar a un familiar que también se llamaba así. Es lo que García Soriano denomina el efecto vertrílocuo, poco beneficioso. “Esperamos que con el tiempo se parezca a esas personas que añoramos —dice—, le estamos dando unas expectativas que son irrealizables y le estamos poniendo una exigencia que va a suscitar en el otro una serie de cargas afectivas que pueden generar frustración”. Sin duda, el nombre es el primer regalo que le hacemos a nuestro hijo. Razones para elegirlo bien no faltan.
 
Fuente: https://elpais.com/elpais/2017/08/14/buenavida/1502691665_741452.html

Muchos 'quesos' que le venden en el súper son en realidad almidón. Sepa distinguirlos


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"Para gratinar", "lonchas sándwich"... Cómo saber cuál es queso y cuál no

El dicho viene al pelo: que no se la peguen con queso. Cuando hacemos la compra y vamos a la sección frigorífica para escoger un queso para sándwich o uno rallado para gratinar con la pasta, muchas veces lo que compra no es precisamente queso. En algunos paquetes ni se menciona la palabra "queso", que se reemplaza por descripciones como "para gratinar", "sándwich"... El envoltorio juega con la imagen que le llega del producto y simplemente le añade la utilidad que está buscando darle, pero nunca menciona que, de hecho, aquello que le venden sea queso.

¿Por qué? Porque no cumple con la normativa específica que deben observar los productos que se denominen queso. Es decir: "El producto obtenido de leche (total o parcialmente desnatada), de la nata, del suero de mantequilla, o de una mezcla de algunos o todos estos productos", a lo que la normativa añade una serie de procesos de fabricación que deben cumplirse.

Todo lo que no cumpla con los ingredientes esenciales y facultativos o con los procesos de producción establecidos por la ley (al final del texto), llegan al supermercado por otro circuito, que es el de los productos alimenticios, pero de queso, poco.

¿Qué llevan? Pues, eligiendo al azar uno de estos preparados, vemos que los principales ingredientes son grasa vegetal o antiapelmazantes (que suelen corresponderse con féculas de patata). "Algunos productos derivados del queso se comercializan en supermercados como rallado y suelen incluir —además de queso, en menor cantidad— proteína láctea, mantequilla o almidones", aclara el nutricionista Aitor Sánchez, creador del libro y blog ‘Mi Dieta Cojea’.

"De esa manera consiguen usar materias primas más baratas, de menor calidad y recurrir a un menor porcentaje de queso [que en los preparados que lleven este nombre debe suponer el ingrediente esencial, es decir, en torno al 60% del producto, el 35% si es rallado]", esgrime Sánchez. Así lo pueden vender a un precio más ajustado o sacar más beneficio por la misma cantidad que el resto de los quesos del mercado. En uno de estos artículos mencionados, empaquetado con el nombre de "Rallado para pasta/masa" los cinco elementos que lo integran son: almidón modificado, agua, grasa vegetal, lactosuero, queso, sal y colorantes. Aun así, el aspecto es prácticamente similar al de cualquier queso en tiras.
Cómo hacer para que no le tomen el pelo

La clave para diferenciarlos es buscar la palabra "queso". Si en el paquete no aparece escrito —más allá de la tabla de ingredientes— nos están engañando. Por ejemplo: cuando coge un queso rallado de verdad se encuentra con que lo más visible es, precisamente, esta nomenclatura: "para pizzas", "cuatro quesos"…

En algunas de estas bolsas de rallados avisan de que puede contener almidón de patata o huevos. "Es legal desde el punto de vista de que lo declaran como un derivado o con un nombre comercial de ‘rallado', pero claramente podrían incurrir en un método de publicidad engañosa", afirma Sánchez, que desde su web alerta de que no hay alimentos "buenos" o "malos" sino que todo depende de las cantidades.

Y el queso (el que sí lo es) debe consumirse con moderación por su alto contenido en lípidos. Siguiendo las explicaciones del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, se trata de grasas invisibles —pues están contenidas naturalmente dentro del alimento— y son saturadas, que se solidifican a temperatura ambiente, favoreciendo los niveles de colesterol en sangre (una de las principales causas de las enfermedades cardiovasculares).

Siguiendo su análisis nutricional, vemos que las calorías por 100 gramos se mueven entre las 325 y las 400, dependiendo del tipo de queso que se utilice o las cantidades de cada receta. El fresco no es tan calórico como el manchego, por ejemplo: la cantidad de grasas se sitúa en torno a los 25 gramos —un 9% del total de la dosis recomendada por día para un adulto—, como las proteínas, otros 25 gramos; un gramo de hidratos de carbono y otro tanto de sal.

Miguel Ángel Lurueña, doctor en Ciencia y Tecnología de los Alimentos, explica en su blog, Gominolas de petróleo, el proceso de la elaboración del queso: primero se higieniza la leche, luego se acidifica, se cuaja, se corta, se quita el suero y se prensa. Dependiendo del tiempo de salado o maduración el tacto será más blando o duro y el sabor más o menos fuerte. En el caso de estos productos hay cierto parecido, creando un sucedáneo de apariencia análoga pero con productos de peor calidad, con menos microorganismos naturales y mayor uso de grasas industriales (como la de palma, más barata y perjudicial para la salud y el medio ambiente).
Lo que dice la ley

Loles Rodrigo, científica del CISC y titular del Instituto de Agroquímica y Tecnología de Alimentos (IATA), reconoce no conocer a fondo la cuestión de estos sustitutivos del queso pero advierte de que, siempre que se detalle de lo que está hecho sin engaños podrá ser legal.

De ahí que veamos todo tipo de denominaciones que eluden citar el queso (salvo en el caso vegano, donde se especifica que es un producto hecho a raíz de derivados naturales y no animales). "Especial gratinar", leemos en uno. "Rallado hilo", en otro. Algunas veces, incluso el trasvase de queso en cuña a rallado en una misma marca se lleva algún que otro aditivo, como detalla Carlos Abehsera en una entrada de su blog Adelgazar sin milagros.

Es en la etiqueta donde reside la clave. La resolución del 28 de septiembre de 2006 recogida en el Boletín Oficial del Estado deja claro que el queso debe estar catalogado según el origen de la leche y su maduración. "Los quesos que no tengan una denominación concreta o aquellos que aun teniéndola no estén protegidos por una norma individual de composición y características específicas, que se fabriquen con leche distinta de la de vaca, deberán incluir en su denominación después de la palabra queso la indicación de la especie que corresponda", especifican.

"Los elaborados con mezcla de leche de dos o más especies, deberán incluir en su denominación, después de la palabra queso, la indicación de las especies animales de las que proceda la leche en orden descendente de proporciones. Esta denominación podrá reemplazarse por la de 'queso de mezcla'", argumentan antes de entrar en las diferentes formas de presentación. "Se entiende por queso fundido el producto obtenido por molturación, mezcla, fusión y emulsión, de una o más variedades de queso con o sin adición de leche, productos lácteos y otros productos alimenticios", continúa el documento.

Sin referirse directamente al rallado, la ley señala la cantidad mínima en otros casos para que se pueda considerar queso. “La denominación queso fundido queda reservada al producto que contenga un extracto seco total mínimo del 35% de masa/masa", agrega. Y las variedades "para untar" o "para extender" deben llevar un mínimo de 30% de queso.

De este modo queda totalmente prohibida "cualquier manipulación en la 
elaboración de queso fundido que tienda a sustituir, total o parcialmente, la grasa, las proteínas o ambas procedentes de la leche por otras distintas".

Desde la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) también advierten: "Desconfíe de lo que se esconde en las etiquetas". La agrupación incluye estos productos entre los engañosos: "A veces la clave está en la palabra que falta. Todo en el envase finge ser lo que cree que es, pero en realidad no lo dice en ningún sitio. Rallado o lonchas que no dicen queso, picada que no dice carne. Esas palabras que faltan en la etiqueta no se omiten sin querer, o por azar, o porque quieran acortar la denominación, sino porque, con la normativa en la mano, lo que nos están tratando de vender no será queso, sino un preparado lácteo", anotan, con un objetivo: que no te la peguen.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/01/05/buenavida/1515143969_441372.html

La señal de que el aceite con el que está cocinando se ha vuelto tóxico



aceite cocinar
 
Muchas veces no sabemos utilizarlo, ni reciclarlo correctamente

¿Sabe qué es el punto de humeo? 
 
Es la temperatura a la que aparece humo en la superficie del aceite al cocinar. Un síntoma de que está tan caliente que comienza a perder propiedades y a volverse tóxico.

Ángela Quintas, coach nutricional y autora de los libros Adelganza para siempre y Las recetas de Adelgaza para siempre, explica por qué: “Durante la fritura sufre unas transformaciones desfavorables, al aumentar la temperatura se aceleran los procesos químicos haciendo que se degrade antes”.
 
La hidrólisis

“Se da entre el agua del alimento (o la humedad del aceite) y el aceite, generando un aumento de los ácidos grasos libres que favorecen la oxidación. Hace que tenga un olor y un sabor desagradables, así como que disminuya su punto de humeo, y se formen metilcetonas y lactonas”, detalla la experta.

Por eso, el aceite recalentado produce la formación de acroleína: “Una sustancia irritante y cancerígena obtenida a partir de la glicerina resultante de la hidrólisis de los acilglicéridos”, narra Quintas.
 
La oxidación

“La acción del oxígeno del aire sobre los ácidos grasos (principalmente poliinsaturados) forma compuestos inestables llamados hidroperóxidos y radicales libres. Los ácidos grasos insaturados pasan a ser saturados, perdiendo las cualidades beneficiosas para la salud. Y aparecen otros elementos (hidrocarburos, lactosas, alcoholes, ácidos, etc.) que crean cambios en el aceite oscureciéndolo y enranciando su sabor”.

Sabor rancio, por cierto, que se debe a la presencia de ácidos orgánicos de cadena corta (fórmico, acético y propiónico): “Se generan ácidos grasos trans (que crean colesterol), asociados a un mayor riesgo de padecer cáncer de mama y enfermedades coronarias”, alerta Quintas.

Según la experta, tanto los compuestos que se forman en el aceite por la hidrólisis, como por la oxidación, se relacionan con una mayor probabilidad de desarrollar enfermedades coronarias y cáncer.
 
La polimerización

La última reacción química que puede darse es la polimerización: “Genera la aparición de espuma y aumenta la viscosidad del aceite porque los radicales libres que se unen entre sí, o con los ácidos grasos, forman compuestos de mayor tamaño y peso molecular (polímeros) que aumenta esa viscosidad, apareciendo una capa de polímeros muy difícil de eliminar en la superficie del aceite y en el recipiente”, describe Quintas.
 
Los pasos para freir sin riesgos

Es conveniente tener en cuenta que el punto de humeo es más bajo cuanto más puro es el aceite: en uno de oliva de primera presión en frio está a unos 130º, el del aceite de oliva virgen extra a 160º, el del aceite de oliva virgen a 215º, el del aceite de girasol sin refinar a 105º, el refinado a 220º y el del aceite de coco o de palma a 230º.

Por ello es preferible utilizar aceite de oliva en lugar de girasol o de maíz: “Al tener menos dobles enlaces resiste mejor las altas temperaturas, siendo más estable en la fritura”, comenta Quintas.


"El aceite se debe cambiar con frecuencia y no usarlo más de dos o tres veces", Ángela Quintas (coach nutricional y autora de los libros 'Adelganza para siempre' y 'Las recetas de Adelgaza para siempre') 


Tampoco se aconseja mezclar aceite nuevo con el ya usado, ni aceite de oliva con los de semillas, porque tienen puntos de humeo diferentes. “Se puede producir sustancias irritantes y tóxicas al quemarse uno con otro”, dice la coach nutricional.

Además es importante no calentar el aceite a más de 170-180º: “Al recalentarse se oscurece, y humea, generando sustancias irritantes y potencialmente tóxicas. Y, por supuesto, si está quemado, debemos desecharlo”, matiza.

Previamente a la fritura, conviene secar bien los alimentos y evitar que vengan directamente de la nevera o del congelador: “El agua propicia la descomposición del aceite”, recuerda Quintas.

Y tras ella, es necesario filtrar el aceite eliminando los restos alimenticios quemados que favorecen su descomposición: “El aceite se debe cambiar con frecuencia y no usarlo más de dos o tres veces”, alega la experta, que también aconseja escurrir el exceso que quede en los alimentos con papel absorbente (para reducir su aporte calórico) y guardar el aceite reutilizable en un tarro sin humedad y donde no penetre la luz. 

Qué hacer con el aceite usado

También es muy importante su reciclado al final de su uso: “En los hogares la mejor manera es ir rellenando con él una botella vacía de refresco, o agua, y depositarla llena en los contenedores específicos. Si no los hubiera, en el punto limpio”, prescribe Juan Ramos, de la empresa Logicfun, expertos en la gestión de este tipo de residuos.

Respecto a los establecimientos comerciales, Ramos remarca que tienen la obligación por ley de gestionar el aceite de cocina a través de un gestor autorizado: “Le proporcionará unos bidones (en general de 50 litros) para depositar el aceite y los recoge periódicamente, dejándole otros vacíos.”, detalla.


De los 430 millones de litros de aceite que se usan en España al año, dos tercios acaban en las alcantarillas

En España se consumen cerca de 10 litros de aceite por persona al año, unos 430 millones de litros anuales, 55% en los hogares, 40% en la restauración comercial (restaurantes, bares) y el 5% restante en la restauración social. Dos tercios del aceite usado va a parar a las alcantarillas (unos 120.000.000 litros), gesto muy poco ecológico que ocasiona graves problemas: atascos en las tuberías, mayor trabajo en las plantas de tratamiento de aguas residuales, aumento de las plagas urbanas, contaminación (sólo un litro de aceite puede contaminar 100.000 litros de agua), etc. Reciclarlo no sólo evita estos impactos, sino que ahorra consumo de materias primas, energético, y reduce las emisiones de Gases Efecto Invernadero.

Pequeños hábitos que reportan grandes beneficios para su salud y la del planeta.
 
Fuente:  https://elpais.com/elpais/2018/01/15/buenavida/1516011561_431775.html