miércoles, 15 de julio de 2015

Halladas dos de las grandes causas genéticas de la depresión


“Estar con la depre” se ha convertido en nuestro tiempo en un poco menos que un chiste o una banalidad. 

Pero hay un tipo de depresión –el trastorno depresivo mayor, o depresión clínica— que no tiene la menor gracia, sobre todo para quien la padece: se asocia al 60% de los suicidios. Sus causas son complejas, pero a partir de hoy ya no cabe duda de que la genética está entre ellas. 

Secuenciando parcialmente el genoma de 5.303 mujeres chinas con depresión clínica, un consorcio científico internacional ha hallado dos genes en el cromosoma 10 con un papel protagonista.

Uno de los genes es un viejo conocido de los biólogos. Se llama SIRT1, y está implicado en la generación de mitocondrias, los orgánulos (pequeños órganos) que nutren a la célula de energía. Es la primera evidencia de las mitocondrias están implicadas en este trastorno mental. 

Sobre la función del segundo gen (llamado LHPP) las pistas son muy escasas por el momento, aunque eso no impedirá que se pueda utilizar con fines diagnósticos. En cualquier caso, es probable que haya más genes implicados.

Es la primera evidencia de las mitocondrias, los orgánulos (pequeños órganos) que nutren a la célula de energía, están implicadas en este trastorno mental

En el estudio han intervenido científicos de China, Dinamarca, Alemania, Japón, Arabia Saudita, Reino Unido y Estados Unidos, coordinados por Jonathan Flint, de la Universidad de Oxford. Presentan sus resultados en Nature.

“De todas las enfermedades humanas complejas, el trastorno depresivo mayor (MDD, por sus siglas inglesas) se ha revelado como la más complicada de entender”, comenta en un ensayo Patrick Sullivan, genetista y psiquiatra del Instituto Karolinska de Estocolmo. El trastorno ha recibido la atención de los investigadores durante décadas, pero hasta ahora no se sabía nada sólido sobre sus fundamentos biológicos. Un estudio reciente con más de 9.000 personas no logró localizar las variantes genéticas sospechosas.

Uno de los mayores problemas para estos estudios de asociación genética ha sido, de hecho, previo a la genética: la mera definición del trastorno. Como dice Sullivan, “la tristeza es una parte normal e integral de la condición humana”. 

Solo cuando se hace persistente, recurrente e incapacitante, con trastornos del sueño y del apetito, dificultades cognitivas y tendencias suicidas, se puede hablar de depresión clínica, o MDD. “Pero ¿dónde trazar la línea entre normalidad y patología?”, se pregunta el psiquiatra.


Las dos variantes genéticas no son específicas de China y son anteriores a la salida de África de la pequeña población de humanos modernos que se extendió por el resto del planeta

Los científicos del consorcio se dieron cuenta de que el gran problema es la heterogeneidad del trastorno: que los mismos síntomas depresivos pueden deberse en una persona a la genética, y en otra a las miserias biográficas, como estar entrampado con el banco, ser víctima de acoso o haber chocado contra la frasca. 

Con esa población heterogénea, no hay forma de detectar los genes implicados, ni aun con grandes muestras.

Por eso decidieron restringirse solo a China, solo a mujeres, y solo a las que habían mostrado múltiples episodios y habían buscado atención psiquiátrica. La prevalencia de la depresión en China es menor que en los países occidentales, y por eso restringirse a China –razonaron los científicos— reduciría los casos debidos exclusivamente a factores ambientales: reduciría el ruido que ocultaba los factores genéticos. La estrategia ha funcionado.

Curiosamente, las dos variantes genéticas que han descubierto no son específicas de China, ni mucho menos. Ambas son antiguas, anteriores a la salida de África de la pequeña población de humanos modernos que se extendió por el resto del planeta, y, por tanto, están presentes en todas las poblaciones del mundo. 

Las causas genéticas de la depresión han acompañado siempre a nuestra especie. Las hipotecas se inventaron más tarde.

Fuente: http://elpais.com/elpais/2015/07/15/ciencia/1436979782_435352.html